La Historia del Pañuelo Blanco

Ante la imposibilidad de realizar la tradicional marcha del 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, los organismos de derechos humanos convocaron para este día a un «pañuelazo blanco».

La iniciativa consiste en que a través de redes sociales y desde los frentes de los domicilios particulares se compartan pañuelos. Es una alternativa que se pensó para conmemorar esta fecha trágica en la historia argentina, ante la imposibilidad de realizar la tradicional marcha por el aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el gobierno nacional a raíz del coronavirus.

En una jornada tan importante entre los argentinos, acaso surge la pregunta ¿Cómo fue que tomo tanta relevancia la imágen de un pañuelo en la cabeza?

Llegar a comprender, desde este punto de la historia, el poder y el simbolismo que conlleva la prenda, implica realizar, inexorablemente, un viaje en la historia y situarse en los primeros actos de la última dictadura militar Argentina.

Apenas iniciaba 1977, cuando un grupo de padres comenzaban a frecuentarse en la búsqueda sus hijos que habían sido detenidos y  desaparecidos.

La Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Nora Cortiñas, recuerda ese génesis en el libro Las Viejas.  La protesta era Vicariato castrense cuando deciden tomar otro destino: “Bueno, tenemos que ir a la Plaza de Mayo para que nos vean. Entrar a la Casa de Gobierno y dejar de venir acá a escuchar las cosas terribles que nos dice este sotanudo”.

La fecha fijada fue el sábado 30 de abril de 1977. Aquellas mujeres se encontraron por primera vez en la Plaza de Mayo. La cita era a las 10 pero Josefina “Pepa” García de Noia llegó dos horas antes y se puso a fumar con la mirada perdida en la nada, mientras se preguntaba si las demás asistirían al encuentro. El microcentro estaba desierto. “Siempre digo, éramos las palomas y yo”, relata en Las Viejas.

Haydée Gastelú de García Buela veía a un grupo de mujeres pero, como la Plaza estaba vacía, no se decidía a acercarse. Finalmente, se aferró a su monedero, donde llevaba su documento y la plata justa —había dejado la cartera por miedo a que alguien pensara que dentro podía tener algo sospechoso—, venció el miedo y se animó. “¿Ustedes están acá por algo?”, les preguntó. María Adela Gard de Antokoletz, que se encontraba junto a sus hermanas Julia, María Mercedes y Cándida, le contestó: “Sí, quedamos en encontrarnos”.

Desde la Catedral, Azucena Villaflor cruzó a la vereda de la Plaza, acompañada por otras dos mujeres. También participaron Beatriz Aicardi de Neuhaus, Mirta Acuña de Baravalle, Raquel Gvirtz de Arcuschin, Élida de Caimi, Raquel Radío de Marizcurrena, Delicia de Miranda, María Ponce de Bianco y una joven que permaneció en el anonimato.

Catorce madres movidas por el amor y el deseo de recuperar a sus hijos se encontraron en Plaza de Mayo, sin sospechar que su lucha quedaría para siempre en la historia. “Juntas podemos llegar a hacer algo, separadas nada”, dijo Villaflor a sus compañeras.

Desde la Casa de Gobierno mandaron a un grupo de policías que les ordenaron: “Circulen…” Y ellas, con Azucena a la cabeza, obedecieron. Así fue que las madres empezaron a caminar de a dos, tomadas del brazo, alrededor del monumento a Belgrano.

Como estaba “todo cerrado” y había poca gente, las madres acordaron reunirse el viernes próximo, a las tres y media de la tarde, para tener mayor visibilidad. En esa oportunidad, convinieron en presentar una carta para pedir una audiencia con el comandante en jefe de la Junta Militar, Jorge Rafael Videla. María del Rosario Cerruti fue la encargada de redactar el borrador. Alguien preguntó si la entregarían el próximo viernes, a lo que una de las mujeres propuso el jueves, porque los viernes son “días de brujas”.

Sentadas de a dos en los bancos de la Plaza, la tercera semana leyeron el borrador y lo aprobaron para entregarlo, pasado a máquina y firmado, el jueves siguiente en Casa de Gobierno. Cada semana volvían en busca de una respuesta que no llegaba.

Dos meses después, Villaflor, Cerruti y Neuhaus fueron recibidas por el ministro del Interior, Albano Harguindeguy, mientras sesenta madres las esperaban afuera. En Las Viejas, Cerrutti repasa el diálogo entre Villaflor y Harguindeguy:

“-De la Plaza no nos vamos a ir hasta que nos digan dónde están nuestros hijos. Nos vamos a quedar sin piernas de caminar en esta Plaza, pero ustedes nos tienen que decir dónde están.

-No, señora, no pueden estar acá porque hay Estado de Sitio.

-Bueno, entonces dennos el patio interior, no quiere que nos reunamos afuera, déjennos entrar acá adentro. Pero de acá, de la Casa de Gobierno no nos vamos a ir”.

Aquellas mujeres se comprometieron a juntarse en la Plaza durante toda su vida hasta saber dónde estaban sus hijos. Ya eran las Madres.

El pañuelo blanco, un símbolo de lucha

Con el fin de visibilizar su búsqueda, el 1 de octubre de 1977 las Madres participaron de la multitudinaria peregrinación religiosa a Luján. Pero, ¿cómo se reconocerían entre tanta gente? ¿Qué podían usar para distinguirse entre la multitud? A alguien se le ocurrió que se pusieran un pañal en la cabeza para identificarse. Muchas llevaron un pañal, otras un trapo o una chalina y algunas un pañuelo. Desde entonces, el pañuelo blanco representa la lucha y la voluntad incansable de estas mujeres unidas por la desaparición de sus hijos.

Ese mes, las Madres realizaron su primera reunión clandestina en el Parque Pereyra Iraola. Como pantalla, simularon celebrar la despedida de jubilación de María Adela. En ese espacio arbolado de camino a La Plata, se organizaron territorialmente por zonas para facilitar la comunicación y establecieron responsables: Zona sur, Avellaneda: Azucena Villaflor; Palermo: María Adela Antokoletz; barrio de Once: Eva de Castillo Barrios; barrio Norte: María del Rosario Cerruti; Congreso: Juanita de Pergament; Castelar: Nora Cortiñas; zona de Pueyrredón y Santa Fe: Chela de Mignone; Ramos Mejía: Beatriz de Neuhaus; y zona del centro: Marta Vásquez.

El 14 de octubre de 1977 las Madres y otros familiares de detenidos desaparecidos presentaron un petitorio acompañado por 24 mil firmas a la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), que tenía su sede en el Congreso, para solicitar el esclarecimiento de los secuestros. Ese día realizaron la primera marcha masiva, que fue reprimida por la Policía y terminó con la detención de más de 300 personas. Las madres fueron llevadas a la Comisaría 5° por “escándalo en la vía pública”. Luego de ser identificadas e interrogadas, las liberaron de a una.

Recibieron premios de la Unesco y de universidades europeas y fueron recibidas por Juan Pablo II, Felipe González, François Miterrand, Nelson Mandela, Sandro Pertini y Fidel Castro, entre otros.

En la Argentina, el reconocimiento demoró más, pero también llegó: una de las calles de Puerto Madero lleva el nombre de Azucena Villaflor, y el gobierno porteño instauró el 30 de abril como Día del Coraje Civil.

Durante estos cuarenta y cuatro años las llamaron, al principio, «locas» y, más tarde, «madres coraje»; las abrazaron y las insultaron, las propusieron para el Premio Nobel de la Paz y las llevaron a la cárcel.

Un hecho que despertó malestar en el exterior fueron las declaraciones que Hebe de Bonafini hizo un día después de los atentados cometidos el 11 de septiembre en Nueva York y Washington. La titular de las Madres de Plaza de Mayo dijo: «Me puse contenta de que, alguna vez, la barrera del mundo, esa barrera inmunda, llena de comida, esa barrera de oro, de riquezas, les cayera encima».

La última vez que las reprimieron fue el pasado 19 de diciembre, cuando la Plaza era un infierno y el presidente Fernando de la Rúa se iba del gobierno en caída libre.

Hoy, ante un nuevo aniversario de la más sangrientas de las dictaduras locales, las Madres de Plaza de Mayo siguen imperturbables, luciendo su pañuelo blaco, en la búsqueda de respuestas por la desaparición de sus hijos.

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