Caso Fernando Báez Sosa: Un asesinato marcado por el racismo

El caso de Fernando Báez Sosa conmueve a una población entera, atraviesa diferentes edades y clases sociales. La particularidad del hecho mas violento visto en los últimos tiempos, aunque no el único, conmueve y moviliza a un país entero que necesita ver que quienes tienen el poder judicial en sus manos, hacen que al menos una vez en la vída,  la justicia no llegue tarde, mal y nunca, como en el resto de los casos.

Un 18 de enero pero de 2020 Fernando fué a bailar a Le Brick, un boliche ubicado en Villa Gesell, lugar donde vacacionaba con sus amigos. Era su primer viaje solo con sus amigos. Viaje, que para poder realizarlo, tuvo que  trabajar durante un año. Viaje donde esperaba divertirse, disfrutar, vivir. Lamentablemente en ese viaje no encontró eso sino su muerte.

Luego de tres años comenzó el juicio a los ocho imputados por el asesinato de Fernando Báez Sosa. Tres años, demasiado tiempo para esperar justicia, demasiado tiempo para intentar cerrar una trágica muerte, tres años en donde los papás de Fernando, Silvino y Graciela, esperaron en silencio, inmersos en un dolor tan grande que sólo quienes lo transitaron alguna vez saben de que se trata. Esperaron, como se espera siempre a la justicia en nuestro país, esperaron poder entender el por qué de ese hecho terriblemente violento e injustificado.

Los mal llamados «rugbiers», mas bien, lo imputados por el asesinato de un pibe como ellos, lamentablemente jamás lo pudieron ver así. Fernando era un par, un chico que podría haber sido uno de sus amigos, un compañero del colegio… claro, si hubiera pertenecido a su misma clase social.

Una crianza basada, posiblemente en la importancia de pertenecer a una determinada clase social, en tener un alto poder adquisitivo, en el egoísmo y la violencia como formas comunes de relacionarse, en el racismo, posiblemente hizo que lo mataran.

Hay que recordar siempre que a Fernando lo mataron pegándole patadas al grito de «negro de mierda». Esta no es una frase más.

Los padres de los imputados tuvieron la posibilidad de declarar en el juicio contra sus hijos. Cada madre y padre habló de su dolor, de la «pesadilla» que viven todos los días, que no pueden salir a la calle, que nunca pensaron que iban a pasar por esto.

Ninguno pidió disculpas teniendo en frente a los padres del pibe que mataron sus hijos. Ninguna madre pudo empatizar con la mamá de Fernando y detenerse a pensar un minuto como se sentirá esa mujer, que desde hace tres años ya no puede abrazar a su hijo.

El asesinato de Fernando deja ver que como sociedad tenemos mucho que corregir, que los varones continúan siendo criados con mandatos machistas y violentos que atentan contra el resto pero también contra ellos mismos, que todo empieza desde casa y que necesitamos poder creer en el sistema judicial de nuestro país.

La condena que pide la querella encabezada por Fernando Burlando, de cadena perpetua, no es un capricho ni una venganza, es demostrar que la justicia todavía existe en la Argentina.

Mariana Norando

 

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