Recién a fines de la década de 1970 se realizan intervenciones más completas, aunque con escasa frecuencia. Por lo tanto, uno de los lugares más visitados de nuestro país, solamente en lapsos relativamente breves ha ofrecido la postal brillante y saturada que sin embargo está acuñada a fuego en el imaginario colectivo.
Hacia fines de la década de 1990, los colores de varias de las casas principales se habían alejado tanto de alguna de las versiones que podrían considerarse “originales” o directamente atribuibles a Quinquela, que se impuso la necesidad de realizar estudios y análisis capaces de recuperar las huellas de aquel legado. Entre 2000 y 2002, sendos trabajos a cargo de las arquitectas Nani Arias Incolla y Emilia Rabuini se constituyeron en la base de intervenciones posteriores.
En 2017, sobre esas bases, actualizadas con nuevos registros documentales y fotográficos, los equipos del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, con la colaboración del Museo Benito Quinquela Martín, comenzaron a devolver a Caminito los colores que lucía en torno a la fecha de su inauguración. Este trabajo continuó en 2019 de la mano de la Fundación Proa y el Museo. Mientras tanto, Caminito se seguía transformando.
Así como las edificaciones ubicadas en el lateral sur de la cortada no lucen muy diferentes que a principios del siglo XX, el lado norte sí ha sufrido profundos cambios. Por un lado se anexó una parte del terreno que pertenecía al club Zárate. También se sumó una sustancial modificación en el otro extremo del paseo (en su cruce con la calle Lamadrid), cuando en 1965 un edificio de cinco plantas reemplazó a un antiguo conventillo. Para no desentonar con el ambiente, la nueva edificación fue concebida con muros vivamente coloridos, y en el lateral que se asoma a Caminito se colocaron dos murales de Quinquela Martín realizados en cerámica por Ricardo Sánchez.
Desde 1977 se estableció la tradicional Feria de Artes Plásticas, en la que artistas contemporáneos exhiben y venden sus producciones. Finalizando la década de 1980 se cubrió con adoquinado el asfalto preexistente, y poco después se incorporaron árboles a Caminito. La gran devaluación que siguió a la crisis del año 2001 significó un aumento exponencial del turismo en la zona, al mismo tiempo que se extendía por el mundo un renovado fervor por el tango, capaz de atraer por sí mismo a grandes cantidades de visitantes provenientes de los lugares más insospechados.
Caminito, indisolublemente asociado al tango que debe su nombre, se iba a transformar en un “lugar de culto”. En 2014, las estadísticas de Google llegaron a ubicar este espacio como uno de los diez más fotografiados del planeta. Hay que destacar que la calle-museo, que desde hace décadas atrae a millones de turistas nacionales y extranjeros, se ha transformado en motor social, cultural y económico para La Boca y la ciudad. Todo ello nació de la inspiración y el tesón de un artista visionario que supo llenar de sentido la palabra comunidad.
Son el arte y la historia cultural de un pueblo los que transformaron espiritual y materialmente la vida de una sociedad. Es el esfuerzo de un grupo de hombres que, orgullosos de su tierra intuyeron que la obra que emprendían sería trascendente porque era auténtica. Es la sabiduría de quienes no dudaron que una cortada modesta y casi olvidada del arrabal porteño podía alcanzar el rango de universal. Es el Escribano General de Gobierno, Jorge Garrido, a quien luego de firmar la transferencia de los terrenos de Caminito a la ciudad se le oyó decir: “Guardaré esta lapicera, pues será histórica”. Es Benito Quinquela Martín, quien recordando aquella tarde de 1959 decía: “Caminito seguirá siendo lo que es hoy: un museo de arte al aire libre, puesto al servicio de la cultura del pueblo”.
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