Balazos y cadáveres en un restaurante top: la noche que Rod Stewart pensó iba a morir en Buenos Aires

El cantante, que ayer cumplió 77 años, viajó por primera vez a la Argentina. Fanático de fútbol había venido a alentar a selección escocesa. Estaba entusiasmado, pero su visita fue breve y problemática. Casi lo matan en un asalto.

A principios de 1978 había estado en Río de Janeiro. Presumiblemente para disfrutar del carnaval. Hizo lo de siempre. Salió, bebió, disfrutó de varias mujeres y escuchó música.

Uno de los temas que sonaba por todas partes, de esos que se inoculan, de tarareo inevitable, era Taj Mahal de Jorge Ben Jor, una canción que ya tenía seis años de antigüedad.

Unos meses después, Rod Stewart conseguía su mayor éxito solista hasta la fecha Da ya think I’m sexy.

Tentado por el boom de la música disco (y al ver que los Rolling Stones lo habían conseguido con Miss You) compuso Da ya think I’m sexy? mezcla de rock y música disco sin mayores pretensiones, que fue un éxito global.

Tanto es así que apenas empezó a sonar en las radios de todo el mundo, fueron muchos los que notaron la evidente similitud con el «terere-rereré» viral de Jorge Ben Jor. Un plagio evidente que no mermó las posibilidades comerciales de la canción.

El arreglo fue extrajudicial y las ganancias de la canción pasaron a manos de Unicef. La línea de guitarra inicial, también increíblemente contagiosa, es una copia nota por nota de un tema de 1975 de Bobby Womack (If you want my love) Put something down on it.

Rod Stewart – Da Ya Think Im Sexy
El complicado (desde el punto de vista del derecho autoral) Da ya think i’m sexy? no fue el único gran hit del 78 de Stewart.

En los primeros meses del año llegó al cuarto puesto en el Reino Unido con algo que hace que el anterior parezca complejo como si hubiera sido compuesto por Schönberg. Ole Ola (mulher brasileira) cantado por Rod con el equipo escocés que participaría del Mundial de Argentina. Casi la canción oficial del equipo azul. Dijo Rod: «Esperaban gaitas y les di sabor sudamericano».

La música es un híbrido de reminiscencias brasileras con percusión caribeña. Lo más aproximado a una declaración de principios de los escoceses respecto a su nulo conocimiento de adónde se estaban metiendo. Aún cuando no se sepa inglés, el clima festivo se percibe desde los primeros segundos del track.

Así, como la canción, encaró el plantel de las islas el campeonato mundial: despreocupadamente, con alegría, con mucho de improvisación y una evidente pereza.


Fanático de fútbol llegó a Buenos Aires para alentar a la selección escocesa

Nadie imagina que Rod Stewart haya hecho demasiadas tomas de la canción en el estudio de grabación. La letra empezaba con discreción y esperanza:

«Cuando las camisetas azules corran por Argentina/ el golpeteo de nuestros corazones será como el de un tambor. Pero rápidamente toma coraje y deja de lado el pudor y la cautela. El ejército de Ally tiene todo bajo control/ No es solo imaginación/ ni siquiera especulación/ La meta de Escocia es traerse la copa a casa».

Ally era el extravagante entrenador del equipo Ally McLeod. Pero luego de enumerar a sus principales jugadores y sus virtudes más evidentes (no tenía mal equipo Escocia: Joe Jordan, Archie Gemmill, Kenny Dalglish, Willie Johnstone) se pasa de optimista:

«Con esta letal combinación/ es una justa estimación/ Que la Copa del Mundo será nuestra a fines de junio».

Siguen las maracas y la percusión tropical. Después advierten a sus principales rivales, aunque nada dice del anfitrión, Argentina:

«Oh, Brasil, esta vez no creo que se te dé/ Holanda sin Cruyff no es lo mismo/ Alemania será, lo sentimos, será un desafío/ Los italianos todavía pueden jugar este juego/ pero hay un solo equipo….».

Y el coro que se repetía, desordenado y contagioso: «Ole Ola, Ole Ola/ nos vamos a traer la copa de allá/ Ole, Ola».


La noche anterior del debut escocés frente a Perú, los ejecutivos de la filial local de Warner lo invitaron a comer al restaurante más caro y exclusivo de la ciudad. Nunca imaginó el infierno que viviría

Conocido su entusiasmo por el fútbol y por la selección escocesa, Rod Stewart se convirtió en una presencia obligada en el torneo. A pesar de la escasa repercusión pública que tuvo su estadía, fue la mayor celebridad que concurrió a ver el Mundial 78. Si bien Henry Kissinger obtuvo titulares de diarios y tapas de revistas de actualidad, no se puede comparar la fama y la gracia de Rod con el ex secretario de estado norteamericano. Pero su visita fue breve y problemática. Lo cuenta en su autobiografía.

Escocia llegaba al Mundial como uno de los candidatos. La mayoría de los analistas lo situaban entre los mejores equipos del torneo con grandes chances de ubicarse entre los cuatro primeros.

Nada de eso sucedió. A pesar de su talento, el escaso apego por la disciplina conspiró contra sus oportunidades y Escocia debió regresar tras la primera vuelta.

Más allá del disgusto por la actuación de su Selección (y como consecuencia, la muerte súbita de su single festivo), otras circunstancias hicieron que su visita fuera mucho más corta que lo planeado.

La noche anterior del debut escocés frente a Perú, los ejecutivos de la filial local de Warner lo invitaron a comer al restaurante más caro y exclusivo de la ciudad.

Cuenta Rod que por primera vez en su vida iba a todos lados acompañado por un guardaespaldas contratado por los directivos argentinos de la discográfica preocupados para que nada le pase a uno de los artistas más importantes de la empresa en el mundo entero.

Mientras transcurría la cena, las puertas se abrieron de golpe, alguna corrida, gritos. Es un asalto. Y todo se detiene. Excepto uno de los delincuentes blandiendo un revólver. Todos tienen que poner sus objetos de valor y dinero en una gran bolsa que recorre las mesas.

Rod deja su reloj Porsche sobre el mantel. Un sobresalto. Y disparos. Muchos. Todos al piso. Disparan desde la calle.


Stewart recuerda en sus memorias el asalto en Buenos Aires donde creyó que iba a morir en plena balacera

Llegó la policía. Los delincuentes (tres o cuatro) se defienden desde el salón. Los clientes, entre ellos el famoso cantante, temen por su vida. Más balazos. Vidrios rotos. Rod, debajo de la mesa con un guardaespaldas de más de cien kilos encima, cubriéndolo.

De a poco se espacian las detonaciones. Los tiros provienen ya de un solo lado. Tardan un rato los policías en enterarse que abatieron a los delincuentes. Una vez que se restablece la calma, uno de los policías reconoce a Rod.

El comisario honrado por tan ilustre visitante, le pide que lo acompañe a comprobar la eficacia de su labor y le ofrece ver los cadáveres de los delincuentes.

Rod acepta. Dice en su autobiografía: «¿Cuántas veces en la vida te van a invitar a ver a un par de bandidos que se quisieron quedar con tu reloj hace minutos y ahora son cadáveres recientes? Por eso fui a echarles una mirada. Extrañamente lo que me sorprendió no fueron los cuerpos sin vida, sino las armas en el suelo: de caño largo, antiguas, como si fueran de Wyatt Earp».

Antes de irse del restaurante, tuvieron un disgusto más. El dueño quiso cobrarles la cena. Rod no se preocupó demasiado. Dejó a los de la discográfica discutiendo, mientras él calmaba sus nervios liquidando una botella de brandy.

Los ejecutivos de la casa matriz de Warner enterados del suceso le ordenaron a la mañana siguiente retornar a su país. Adujeron que el seguro no cubría a Rod Stewart de los riesgos a los que estaba expuesto en Argentina.

Esa noche vio la derrota inesperada de su equipo ante Perú por 3 a 1. Fue lo último que hizo antes de retornar a su seguro hogar.

 

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