Día del Himno, los detalles de cómo se creó y las estrofas que ya no cantamos…

En la sesión del 6 de marzo de 1813, la Asamblea encargó la composición de un himno o canción patriótica. Casi dos meses más tarde, el 11 de mayo, fue presentado y aprobado por unanimidad. Se lo declaró “la única marcha nacional” que debía cantarse en todos los actos públicos. Así, las Provincias Unidas comenzaban a crear sus símbolos. El creador de dicho canto patriótico fue el diputado Vicente López y Planes.

¿Pero qué hay detrás de la creación de esta canción que desde nuestros primeros años de escolares cantamos hasta saberla de memoria?

Para conocer un poco más sobre cómo llegó a conformarse nuestro himno Nacional, rescataremos un escrito extraído del libro de Carlos Vega, El Himno Nacional Argentino, editado por EUDEBA, en 1962, que refleja la incertidumbre del momento de su creación, la obra de teatro que le habría servido al autor de inspiración, y las similitudes entre nuestra canción patria y la Marsellesa, el himno nacional de Francia, que escribió Rouget de Lisle hacia fines del Siglo XVIII.

En 1813 la Asamblea le pidió a don Vicente López y Planes las estrofas para un himno nacional. No debemos abrigar la menor duda de que la misma corporación solicitó igual concurso a fray Cayetano Rodríguez. Lo dice Vicente Fidel López, el hijo, el historiador; y lo dice porque se lo oyó al padre muchas veces. El pedido a López se le hizo el 6 de marzo, según la declaración oficial; y a partir de este momento puede seguirse la legítima narración que Lucio V. López, el nieto, escribe a base de la autobiografía del abuelo.

Desde el alba de la Revolución los poetas frecuentaron metros inánimes, como la silva o el hexasílabo sin cuerpo o el moderado endecasílabo. López intentó las fórmulas acentuales pálidas de las medidas cortas y esos moldes quisieron imponerle mansedumbre. Él mismo no sabía si sus pensamientos, aún confusos, sin duda avanzados, serían compartidos por sus conciudadanos. Corrían horas de gran incertidumbre: grados diversos de adhesión al rey; matices de fe en España; ideas varias sobre la emancipación total… Era necesario decir palabras exactas, aclarar y estimular conceptos indefinidos, orientar las pasiones, afirmar los rumbos invertebrados, coordinar las emociones ciudadanas, prever el destino de un pueblo. El poeta estaba doblemente contenido y desanimado, y un momento climático adverso acentuaba su laxitud. Así llegó el día 8 de mayo, en que decidió asistir a una representación teatral. Se daba esa noche un drama francés sin duda escrito por entonces para exaltar en Francia sentimientos propicios, y es muy posible que la obra haya sido la que nombra el nieto del poeta, Antonio y Cleopatra. Porque también  en el mundo romano de aquellos tiempos se hablaba de la tiranía de los procónsules, de Cicerón y del partido de la libertad, del Primer Triunvirato o del advenimiento del Segundo Triunvirato, del Partido Republicano… Antonio y Cleopatra se dieron muerte cuando sus dominios perdieron la libertad. Es verosímil que el espectáculo se haya iniciado con La Marsellesa; ya diremos por qué. El drama se prestaba para incisivas alusiones a la realidad política argentina. Y aquellos lejanos hechos históricos y estas resonancias locales se desprenden con claridad de las palabras del nieto: “Todos los pasajes patrióticos del drama eran de oportunidad y se aplaudían aplicados a las cosas y a los sucesos”. Sí; a los intensos días que estaba viviendo Buenos Aires. Pero el poeta había oído el apasionado pronunciamiento del pueblo en el teatro y su posición estaba definida; además, había escuchado fogosos pasajes marciales y resonaban en su alma los metros heroicos aclamados por los espectadores. El párrafo de Lucio V. López es insustituible: … “salió del teatro con el cerebro ardiente, el corazón palpitante, el pecho henchido de inspiración. Puede decirse que el himno había nacido en aquel momento”. Lo que sigue es cosa de vértigo. Se le agolpan los versos al poeta; aprieta el paso, llega a la casa y se vuelca en las cuartillas como quien suelta brasas. No duerme. Por la mañana corre al encuentro de sus amigos; lloran sobre los versos en que amanece la Nación; los recitan en las tertulias encumbradas y los aplauden los gobernantes, la sociedad culta, los allegados. Es probable que Parera mismo haya oído entonces el nuevo himno, como dicen las tradiciones, y que lo hayan instado a ponerle música.

En el teatro, o fuera del teatro, es evidente para mí que don Vicente López oyó entonces La Marsellesa; y creo que nunca se han notado las concordancias de la canción francesa con el himno argentino, tanto en los versos como en la música*.  También Rouget de Lisle canta a la libertad:

Liberté, Liberté cherie

Y el verso del estandarte es casi una traducción literal:

L’etandard sanglant est levé (Marsellesa)
Su estandarte sangriento levantan (Himno)

El estandarte sangriento que se levanta allá es el de “la tyranie”, y quienes lo levantan aquí son “fieros tiranos”, que provocan “a la lid más cruel”. ¿No oís bramar a esos feroces soldados? –pregunta el francés. “En nuestros brazos quieren degollar a nuestros hijos, a nuestras esposas”:

Entendez vous, dans les campagnes,
Mugir ces féroces soldats ?
Ils viennent jusqu’a dans nos bras
Egorger nos fils, nos compagnes.

Y el himno:

¿No los veis sobre México y Quito
Arrojarse con saña tenaz? (etc.)
¿No los veis devorando cual fieras
Todo pueblo que logran rendir?

El tema del “vil invasor”, que abarca la mitad del himno, es consecuencia literaria y adecuación retroactiva de los “vils despotes” austríacos a que se refiere La Marsellesa, pues vienen los invasores a hollar “tantas glorias” –que no se habían producido cuando invadieron- meses después de su derrota total. La adaptación es visible.

“Esos tigres sedientos de sangre” del himno son “todos esos tigres que, sin piedad”…

Tous ces tigres qui, sans pitié,
Déchirent le sein de leur mére…

Y la reacción del francés se enuncia en el estribillo: A las armas, marchemos. (Como en Jovellanos, en quien influyó La Marsellesa: “A las armas, valientes astures”):

Aux armes citoyens!
Marchons!

El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío y valor

dice López y Planes, que también sigue la estructura de Rouget de Lisle: una estrofa de ocho versos con un estribillo de cuatro. Sobre esta base, con las conocidas reminiscencias de Jovellanos –que le dio el metro- y con todo lo de su pueblo y suyo propio, nuestro poeta creó el formidable poema argentino en la noche del 8 al 9 de mayo de 1813.

Así, en la plena euforia del hallazgo, pasan los días 9 y 10. El 11 don Vicente López y Planes presenta su himno a la Asamblea General Constituyente. Los aplausos de los miembros y las voces de la barra interrumpen la lectura y estallan al final. Sin duda alguna –pues lo escribe el hijo del poeta- fray Cayetano Rodríguez “declaró que no tenía pronto ni presentaría el suyo, porque su opinión era que debía sancionarse por aclamación el que acababa de leerse”. La Asamblea aprobó el himno nacional argentino, y la barra salió a la calle declamando:

Oíd mortales el grito sagrado
Libertad, Libertad, Libertad.

La nueva  y gloriosa Nación fue proclamada antes por la poesía que por los políticos o los diplomáticos.

Cargos de gran responsabilidad y honor desempeñó don Vicente López y Planes. Fue secretario de gobierno del general Pueyrredón, director supremo en 1816; diputado por Buenos Aires al Congreso Nacional en 1817 y en 1825; presidente interino de la República en 1827 por decisión del Congreso; ministro de Manuel Dorrego en 1828. Durante la dictadura fue presidente del Superior Tribunal de Justicia de la Provincia y disfrutó entonces, en la pausada pobreza que compartió con Lucía Riera, su esposa, los secretos beneficios de su sobresaliente cultura literaria y científica. Poseía el inglés, el francés, el alemán y el italiano, y era tal el prestigio de su nombre que todas las tendencias de todos los tiempos supieron respetar su jerarquía intachable. También fue ministro de Relaciones Exteriores algún tiempo, hacia el final de la época de Rosas, y en 1852, después de la dictadura, fue gobernador interino de Buenos Aires. Era el patriarca de las encrucijadas. Murió a los 72 años, el 10 de octubre de 1856, en la alcoba donde nació. Su espíritu, tenso en el himno, florece en todos los labios. Otro alguno llegó a tanto. Y es porque don Vicente López y Planes fue el poeta, nada más; y ni siquiera hace falta añadir que fue el poeta de la libertad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *