Luis Felipe Noé: «Las únicas revoluciones verdaderas son las culturales»

A los 87 años, el artista Luis Felipe Noé acaba de publicar «El arte entre la tecnología y la rebelión. En torno al 68», un libro que sitúa en el presente sus reflexiones de hace cincuenta años sobre el campo cultural y sus tensiones, la crisis en la vanguardia latinoamericana y su diferencia con la mirada «occidental», y el compromiso social en ese juego de práctica artística y pensamiento en constante cambio que le son propios.

El ensayo, que Noé comenzó a escribir en 1967 en Nueva York y finalizó en Buenos Aires en 1972, se publica por primera vez ahora como obra completa a través del sello Argonauta. El artista consideró necesario introducir una «aclaración necesaria» para el lector desprevenido, porque está «hablando de una actualidad de hace 50 años».

El epílogo de Juan Pablo Pérez, impulsor de su publicación, completa el libro, lo pone en contexto, plantea la relevancia de la propuesta del artista visual y lo enmarca en el espíritu de la época de su escritura: «pensar el arte entre la tecnología y la rebelión en torno a 1968 como contexto político social en Europa, Estados Unidos y América Latina, y seguir pensándolo», señala.

Se trata de un libro suspendido durante cincuenta años en el que Noé dialoga con muchos autores: acepta, cuestiona, y propone. Un texto que es parte de su necesidad de concretar proyectos y que «sintió prudente no publicar en 1972».

El artista revisa las prácticas de las vanguardias históricas, las neovanguardias de los 60 (pop-art y minimal-art): «anticipa teorías», dice Pérez. Problematiza y entra en diálogo crítico con Herbert Marcuse, Marshall Mac Luhan, Herbert Read, Octavio Paz, Roland Barthes, Raymond Williams, Susan Sontag, Claude Levi-Strauss y otros.

Noé sostiene que el libro no es una mirada desactualizada, sino otra actualidad. Lo publica ahora porque contiene lo que llama el pensamiento militante del cambio, «ese pensamiento latente de rebelión, de militancia que hace que poco a poco, las cosas vayan cambiando».

«Veo con enorme sorpresa la evolución de lo que se reivindicaba en torno al feminismo y especialmente al tema de género. La realidad de lo logrado es mucho más de lo que lo reclamado -se asombra-. Por ejemplo los derechos del matrimonio igualitario, pero más que esto se reclamaba los derechos de reconocimiento de pareja, adopción de hijos. Una cosa lleva a otra, y a otra, sin parar, eso es lo que llamo pensamiento militante del cambio», sostiene a sus 87 años.

«Es como una lógica que se va concretando con los hechos. Logrado un paso, hay que dar el siguiente», indica Noé y acota: cosas que «parecían inaceptables e inconcebibles cuando era joven, ahora son lo más normal. La cultura es en realidad todo lo que acontece. Esos cambios a los que me refiero son fenómenos culturales fundamentales», remarca.

«Esto es lo que siento que se ha ido estimulado a través de la tecnología ¿Qué tiene que ver eso con el arte? El arte está de por medio ahí, está desafiado a su vez, en esa vivencia. Porque el arte ¿qué es? sino la proyección del espíritu humano: está ahí como conciencia, no es una institución. El problema es cuando lo convierten en institución, salones de arte y fenómenos», define el artista en alusión a lo que llama «cultura como élite».

En cuanto al rol social del artista, sostiene que las condiciones están dadas: «Hace 50 años parecía que se podía estar dando una proyección de algo, y luego se fue limitando. Las instituciones lograron limitarlo y el arte se volvió a recluir en la cultura como fenómeno. En ese momento decidí no pintar porque creía más importante otras cosas, pero luego volví a la pintura -comenta-. Siempre busco pescar el entorno que me rodea y eso es lo que está reflejado en el libro».

En mayo del 68, relata el artista, «estaba en Venezuela haciendo una exposición de espejos plano-cóncavos que ya había trabajado en Estados Unidos, una búsqueda particular poco conocida aquí. Como siempre, un nuevo planteo sobre el caos: la experiencia de entrar a un cuarto y ver la figura -de uno- transformada, cortada -evoca-. Esa fue una de las últimas búsquedas como artista antes de iniciar el libro. Estaba interesado en las instalaciones caóticas. Unos grandes despelotes de imágenes que se entrecruzan en el espacio».

«El Mayo francés fue un eco de la verdadera rebelión que se estaba gestando por las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Desde el 67 en adelante veía este clima y por eso comencé el libro ese año», comenta.

«Luego surge el posmodernismo, que tiene dos caras», indica. Por un lado una optimista que le interesa y a la que llama personalmente «pensamiento militante del cambio, una proyección de lo cultural más allá de la cultura artística».

Noé explica que la posmodernidad -palabra que según precisa nunca le gustó pero que usa a los fines prácticos-, pasó de esa fase «optimista» a una pesimista, en la que empieza a ser concebida a nivel general como una posmodernidad «decadente y desconcertada en el fondo»

A fines del 68, finalizada la beca Guggenheim, el artista regresa a Buenos Aires y observa una nueva situación social y a los artistas plásticos reuniéndose políticamente. En ese tiempo nace su amistad con León Ferrari y Ricardo Carpani. «Ferrari tampoco estaba haciendo obra y Carpani sí, pero más que cuadros eran afiches militantes. Estábamos con la cabeza en otra cosa y después vino el golpe. Ahí revaloricé la cultura artística como un refugio», recuerda.

«Sigo todavía encerrado ahí, pero con la conciencia de otra cosa, porque la cultura es mucho más amplia que el campo de la mera cultura de las exposiciones y fenómenos particulares», señala.

Para Noé, el concepto de revolución cultural -a diferencia de la producida en China desde el Estado- «es lo que viene de la cultura misma, en el sentido amplio, o sea la sociedad en sus entrañas. Las únicas revoluciones verdaderas, si por revolución se entiende cambio, son las culturales, porque las meramente políticas o las culturales que se formulan de manera política pueden durar muy poco: son experiencias, instantes», analiza.

Noé plantea también el concepto de «estética de la esperanza» como contracara de lo formulado por Susan Sontag, quien haciéndose eco de lo que pasaba en Estados Unidos a fines de los 60, hablaba de la «estética del silencio» (1969), según la cual «el arte se va silenciando».

Opuesto a la autora de «Contra la interpretación», el artista plantea: «en los países de Latinoamérica tiene que formularse culturalmente eso que llamo estética de la esperanza. No haciéndose eco de la conciencia occidental, porque una cosa es la cultura europea y otra es lo que estamos elaborando acá, que es una especie de mixtura».

¿Se puede hablar hoy de una estética de la esperanza? Todavía no -dice el artista- porque no hay tal esperanza en este momento. Todo está en suspenso y siempre estamos viviendo en un período de caos».

Noé llama caos a lo permanente, lo inasible, lo que está permanentemente en transformación: «Lo que la gente llama orden no es lo opuesto al caos -sostiene-. Caos y desorden no son sinónimos. No creo en esos que hablan de caos u orden».

«Lo seguro ante todo esto que estamos viviendo de pandemia, es un límite. La pandemia es la única socialización que se da ahora: todo el mundo la puede compartir, abarca a todas las personas, no hace diferencias de clases sociales -reflexiona-. Es conciencia de un límite. Estoy seguro de que va a seguir de manera más acelerada, eso que llamo pensamiento militante del cambio. Se va a acelerar ese proceso», concluye.

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