¿Qué pasó el 25 de Mayo de 1810?

El primer recuerdo emotivo que nuestra mente apela al mencionar la fecha es un cuadro del artista Ceferino Carnacini, El pueblo quiere saber de qué se trata, pintado en 1938, que ilustró billetes en la segunda mitad del siglo XX. Inundó manuales y revistas infantiles, decoró estenografías en actos escolares y se incrustó en la vida cotidiana de cada argentino. La obra refleja una plaza llena, con siluetas, objetos y gestos que permanecieron como verdades. Una lluvia persistente. Un escenario cubierto de paraguas. Cintas celestes y blancas. Y una multitud reclamando al Cabildo información precisa.

Ahora bien, ¿había tantos paraguas en la Plaza de la Victoria, ahora llamada Plaza de Mayo? O yendo más lejos: ¿había paraguas en esta parte del mundo en 1810? ¿Tenían aquellas escarapelas el simbolismo patriótico que hoy le atribuimos? ¿Eran realmente celestes y blancas? Para comenzar a desglosar algunos matices que parecen desdibujados es menester traducir algunos días de aquella histórica semana.

El 14 de mayo de 1810 había llegado a Buenos Aires la fragata inglesa Mistletoe trayendo periódicos que confirman los rumores que circulaban intensamente por Buenos Aires: cayó en manos de los franceses de Napoleón, la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español.

Por entonces la situación de Cisneros era muy complicada. La Junta que lo había nombrado virrey había desaparecido y la legitimidad de su mandato quedaba claramente cuestionada.

Esto aceleró las condiciones favorables para la acción de los patriotas que se venían reuniendo desde hacía tiempo en forma secreta en la en la jabonería de Vieytes.

Durante los días 20 y 23 de Mayo se sucedieron una serie de reuniones acaloradas en el Cabildo. Si bien en su mayoría estaban de acuerdo con a destitución del virrey, el problema era quien debía asumir el poder y por qué medios. Por un lado Castelli proponía que fuera el pueblo a través del voto el que eligiese una junta de gobierno; en tanto Cornelio Saavedra, jefe de los Patricios, era partidario de que el nuevo gobierno fuera organizado directamente por el Cabildo.

Luego de varis idas y vueltas y en medio de una malograda intención de realizar una Junta precedida por el mismo Cisnero, una delegación encabezada por Castelli y Saavedra se presentaría por la noche del 24 en la casa del virrey con cara de pocos amigos, logrando con un tinte un poco persuasivo la renuncia del mismo y obligando a un nuevo Cabildo Abierto para el día siguiente.

Aquella mañana del 25 amaneció en efecto lluviosa y fría. Aunque en rigor de verdad eran pocos lo que podían cubrir su anatomía con un paraguas. Por aquella época estos artefactos contaban con mango de marfil, eran de un tamaño considerable, de tela marrón y algunos lucían un escudo con el perfil del Rey Fernando VII. No muchos podían ostentar un paraguas de esas características. Por ende la mayoría de los hombres usaba capotes. Tampoco las damas lucían como creímos entender. Sus vestidos eran muselinas finas y transparentes, mientras que aquellas peinetas eran muchos mas pequeñas.

Cubiertos o no, con faldas mas o menos anchas, lo cierto es que la “sensación térmica” de la gente era la misma. Aunque no en gran número (serian unos 100 activistas) la Plaza de la Victoria se fue llenando desde temprano por vecinos y un grupo de revolucionarios, encabezados por Domingo French y Antonio Luis Beruti, que se agrupaban bajo el nombre de la “Legión Infernal”. Estos últimos repartían las famosas “escarapelas”. Se trataban de cintitas azules y blancas, que eran los colores que los patricios habían usado durante las invasiones inglesas. Aunque el objetivo de las mismas es un poco diferente al que se le adjudica hoy día: Era para individualizar a los simpatizantes que apoyaban el cambio del virrey por la Junta, los ánimos no eran los mejores y una posible revuelta era una opción a considerar. Nada mejor entonces que manifestar a “simple vista” de que lado de la contienda se estaba.

Pasaban las horas, hacía frío, llovía y continuaban las discusiones. La demora era insostenible. Entonces Beruti irrumpió en la sala capitular seguido de algunos infernales y dijo “Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces (…) ¡Sí o no! Pronto, señores decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada.”

Poco después se anunció finalmente que se había formado una nueva junta de gobierno .El presidente era Cornelio Saavedra; los doctores Mariano Moreno y Juan José Paso, eran sus secretarios; fueron designados seis vocales: Manuel Belgrano, Juan José Castelli, el militar Miguel de Azcuénaga, el sacerdote Manuel Alberti y los comerciantes Juan Larrea y Domingo Matheu. Comenzaba una nueva etapa de nuestra historia.

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